EL PULSO DE UN CUERPO / Tabajos colectivos

Estos días en el taller con algunos grupos, se propuso pensar que  todos juntos formamos un cuerpo y en el que cada uno es una parte, así como el corazón, o el cerebro, o los pulmones; entonces cada uno  iba a desempeñarse en una función, diferenciada y única. Cada niño trabajo con un material distinto: témperas, tinta china, marcador grueso, papeles de distintas texturas, óleo pastel. Sentados en ronda cada uno con su material trabajó y marcado el cambio, pasaban su trabajo al compañero de la derecha y recibían a su vez del compañero de la izquierda otra imagen ya iniciada.

El cambio constante, la pauta de intervenir, de antes interpretar lo que se recibe; lo limitado y amplio de un único material, el ritmo, el tono, el pulso de un cuerpo que va cobrando un interés, una manera;  que se define en nuestras manos en un atributo y en donde la suma de atributos conforman una unidad, un cuerpo, algo que tiene una personalidad  única, compleja y difícil de explicar.

En esta dinámica particular la variabilidad y lo inesperado de lo que se recibe en tiempos renovados de 3 y 5 minutos, obliga constantemente a interpretar y a intervenir, en donde el niño pone de si mismo parte de su capital humano; debe leer, debe discernir, evaluar sus posibilidades, debe siempre y finalmente tomar una decisión por sí mismo para luego ver sus resultados y vivenciar  las consecuencias.  Éste orden de lo plástico se extiende al orden de lo social en lo que es la dinámica de grupo inmediata y a la que están sujetos.

Es evidente como el taller es una plataforma de expresión y producción de imágenes y por tanto de elaboración de emotividades y en donde se da un pliegue en tanto producir, ser productivo, implica comunicación e integración, aspectos fundamentales de la sociabilización.

Estos trabajos son enormemente disfrutables y muy únicos, desbordan información, están ansiosos por decir y por ser escuchados.