Habiendo terminado el primer mes con los 5 grupos pertenecientes a la Escuela Rural de La Pedrera, se denotan ya procesos iniciados y algunos eventos clave. Les voy a presentar uno de ellos: La tormenta. Lo llamo así, porque así sucedió. Este evento es un evento de ruptura importantísimo que marca un antes y un después en la formación de los niños y se dió con la gran mayoría. Sin embargo hubo un grupo (niños de 11 años) que dio cuenta de ello de una manera maravillosamente gráfica.
Algunas consideraciones
Las imágenes institucional y culturalmente dadas, a las que los niños se prenden y dibujan mecánicamente al infinito, socavan toda posibilidad de expresión auténtica. Es una reproducción complaciente que tiene por objeto realizar la necesidad de aceptación bajo un estatuto subliminal de cómo debe ser y por tanto qué debe dibujar un niño normal, felíz, funcional, aceptable, querible, en fin… todas esas cosas a las que ciertamente tendemos todos. Pero qué es lo que pasa cuando esa tendencia es absoluta. Lo que ocurre es que termina por ir en detrimento de la pulsión personal y singular y su necesidad de expresión. Creo que se genera un conflicto que se resuelve – pero sólo en la superficie, en el campo de lo social – en donde una necesidad aplaca a la otra. En donde la necesidad de complacer anula a la necesidad de expresión, algo así como alquien debe morir. Un conflicto que quedara latente siempre y sin resolver en el ámbito profundo de la realización personal.
Entrego hoja y pinturas. Pum! Todos al unísono delinean en torno al vértice superior izquierdo algo que simboliza claramente el sol. Rara vez van al vértice derecho o al centro de la hoja. Segundo paso: una línea verde sobre el plano inferior, otra línea azul sobre el superior; entonces ya tienen un astro que los rige, un pasto por donde andar y un cielo al qué mirar. A partir de ahí habitan ese marco compulsivo con árboles, casa, arcoíris y alguna cosita más y listo: “terminé”!
Una mañana en un grupo de 7 niños, todos, pero todos dibujaron lo mismo, ya daba hasta la sensación de que no se copiaban sino que pintaban como un cuerpo orgánico la misma cosa. El marco que ya describí fue completado con un arcoíris central. Por mi parte continué insistiendo en que quería ver un paisaje nuevo, algo que nunca haya visto, sugerí paisajes interiores, extraños etc. Cuando la clase terminó me encontré que en los trabajos hechos, en todos, el paisaje colorido y monótono había sido sorprendido por una tormenta.
Por primera vez introdujeron un uso abstracto en la forma, un uso rebelde en el color y generoso en texturas. La tormenta quizá haya sido el único código disponible en un lenguaje ideologizado. Encontraron algunas cosas que desde entonces vienen trabajando. La tormenta llega como un quiebre entre lo conocido y el inicio de una búsqueda, una búsqueda por más, la de generar un lenguaje propio.
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